Anne contra el frío siberiano

Se llama Anne, tiene veintipocos años, es rubia natural, prefiere el café solo, viene de Alemania y su mejor amigo es un dálmata. Todo esto no lo supe nada más verla, claro, porque imagínate qué chollo sería saberlo, un don de los buenos, claro que sí, para forrarse en los teatros de España, tiembla, Anthony Blake. Lo supe al rato, cuando la invite al primer café, en una terraza con estufa y lamentando ambas dos no habernos tomado en serio lo de estudiar inglés en nuestras vidas, hola, frío siberiano, ¿a quién le toses en la cara?  

Anne vive en la calle. Hace mes y medio recaló en España para buscarse la vida, porque asegura que en su país no encontraba nada. Tiene narices la cosa. Alemanes emigrando al feudo de Rajoy en busca de un futuro mejor.

La vi esta tarde acurrucada en una esquina, debajo del cartel de una de las tiendas más súper-pijas de esta ciudad de mierda, tienda donde mis queridas Betty y Claudia adquieren zapatos por no menos de cien euros y no se les cae la cara de vergüenza. La vimos de lejos, mi cabreo y yo (mi cabreo viene siempre conmigo, aunque suele manifestarse especialmente a la salida del dentista, ya que los pinchazos en las encías le hacen revivir, cosas suyas) y pensamos que qué cojones. Qué cojones tienen las princesitas que salen de esa tienda, tinte platino y bolsaco en mano, de no darle siquiera cincuenta céntimos a alguien que tiene toda la pinta de tener que pasar la gélida (¿se puede decir 'gélida'?) noche en la puta calle. Y qué, coño, se me encogió el estómago, que dirían los cursis, justo donde duele el amor.

Lo bueno de tener triple personalidad es que al menos una de las tres ha de tener iniciativa. Porque, si no, apaga y vámonos. En mi caso, la retrasada cuyo nombre llevo en el DNI (cada vez con más ascopena, todo hay que decirlo), cruzó la acera, le dio un euro a Anne sin enterarse de que se llama Anne, recogió su 'gracias' y siguió la marcha, como hacen los hipócritas y las putas. No tardó ni un minuto mi yo verdadero en pegarle una hostia en los morros, apagarle el iPod, darle media vuelta que ni la mejor Danza Kuduro y ejercer de identidad dominante, coño ya.

(¡Coñoyá!)

- Hace frío -me inclino hacia Anne, sin saber todavía que se llama Anne-. Hace un frío de la hostia. ¿Tienes donde quedarte esta noche?
- What?
- It's cold -ole mi acentazo, London, de qué coño me serviste-. Cold, un frío de la hostia. ¿De dónde eres? Güer du llu fron?

- Germany -no sé si Anne se fía de mí, pero su perro me olisquea, detecta el olor a gatete que emano fijo tras mis noches de zoofilia por todos conocidas y, sin embargo, me deja que le acaricie la cabeza.
- ¿Duermes en la calle? Llu eslipin in de estrip?
- Yes.
- Pues hoy y mañana hará un frío de la hostia, así que te vas a ir a un hotel de aquí al lado.
- But I haven't got money.
- Yo sí tengo. Es decir, no tengo porque estoy en paro, pero tengo más desde que no pago alquiler porque... Que algo tengo. Y el hotel que digo está aquí al lao. 
- ¿Al... lao?
- Al lao. 

(Allán Emilio Botín)

Y esa fue la primera expresión autóctona que le enseñé a Anne. Lo demás es morralla digna de una entrada con la etiqueta 'cursi de mierda', pero ni tú ni yo queremos que esta entrada lleve la etiqueta 'cursi de mierda', ¿verdad? Tres minutos más de conversación, güait momen, plis, y me acerco al hotel -dos estrellas, centro, colegas que han venido a la ciudad aseguraron en su día que limpio y confortable, 35 euros la noche-, pregunto si aceptan perretes, aceptan, vuelvo a la esquina, Anne recoge bártulos, camino, está aquí al lao, dialogamos, subimos, esta noche y mañana, peligroso frío siberiano, habitación pulcra y decente, emoción al canto, no quiero tu agradecimiento, esto es porque es, vamos a tomarnos un café, tú, yo y Jimmy, Jimmy es el dálmata, en una terraza con estufa y lamentando ambas dos no habernos tomado en serio lo de estudiar inglés en nuestras vidas, hola, frío siberiano, te vamos a matar.

No soy una buena persona. No puedo alardear de ser honesta, limpia, transparente, sincera y amiga de mis amigos, como suele definirse toda buena gilipollas. Pero ayer leí en Twitter (oh, Twitter) una frase se supone que de Gandhi que me gustó mucho. Y la frase es la siguiente:

Sé el cambio que quieras ver en el mundo

El Domingo, tomando café con mis íntimas más antiguas en el bar de siempre, inmersa en un debate estéril con Betty sobre cómo enfocar las relaciones de pareja, sonó una canción y vino la revelación. Medio segundo. Y me limpié un poco por dentro, y el fallo ¿positivo? cobró pelín de sentido, y lo que no se hizo hace quince años y por qué también, y entonces supe que me había perdonado. Y esto no tiene nada que ver, o sí, pero no lo explico porque, como mi novio Tristan Tzara, odio el sentido común.

("Esa es la actitud")

Y ya, que vais a empezar a pensar que soy buena persona y por ahí no paso. Lo compensaré haciendo un chiste cruel sobre un discapacitado:

Stephen Hawking es un máquina

Grazie, os quiero.